Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia.

Vivimos en un mundo en donde «el ganador se lo lleva todo«, una sociedad competitiva en la cual las personas son tratadas como objetos,  el poder es supremo y el éxito personal es la principal meta del hombre, ser misericordioso en estas circunstancias te convierte en perdedor.

Pero cuando Jesucristo, habló de la misericordia en esta bienaventuranza, se refería al perdón y a la remisión de los pecados, por ello esta tiene un carácter más elevado que la del hombre pobre de espíritu, que la del que llora, o del que practica la mansedumbre dispuesto a soportar humillaciones de otros.

La bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de justicia está muy unida a la de los misericordiosos, ya que la justicia sin misericordia es despiadada y la misericordia sin justicia es desaliento.

¿Qué es ser misericordioso?

Ser misericordioso es perdonar no sólo de palabra sino de corazón; la misericordia es la disposición a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas, no sólo es un sentimiento es una práctica que incluye amar los defectos de los demás, ser amable hacia los demás y ayudar a los demás. Cuando amas al prójimo amas a Dios.

No eres misericordioso cuando críticas,  juzgas y condenas al resto de las  personas; ser misericordioso es tener benevolencia para con los que tienen necesidad y  penuria, es ponerse en los zapatos del otro.

La misericordia puede ser tanto material como espiritual, como por ejemplo, ofrecer alimento a un hambriento o dar un techo a quien no tiene casa son obras de misericordia, al igual que enseñar a quien no tiene acceso a la educación, consolar a quien está afligido o perdonar al que se equivoca.

Cuando ponemos esta bienaventuranza en la práctica somos merecedores de alcanzar la misericordia de Dios.


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Bienaventurados los misericordiosos


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