El fenómeno de la inmigración desde el punto de vista cristiano

Todos advertimos que nuestras calles presentan variedad de gentes procedentes de distintos lugares del planeta. Parece que las distancias ya no son un obstáculo insalvable. Pero no es turismo lo que hacen aquí. Vienen en busca de un trabajo que permita su subsistencia. En sus países, en los que dejan sus raíces, sus lazos familiares, su lengua, su cultura, sus costumbres…, no tienen posibilidades reales de sobrevivir. Y no depende de ellos esta situación.

Unas veces la causa es la pobreza extrema de sus países, otras los desastres ecológicos, o la deuda asfixiante, o los regímenes totalitarios…

Los países del llamado Primer Mundo no estamos ajenos al origen del empobrecimiento del Tercer Mundo: la explotación y dominación, o el aprovechamiento de su materia prima y mano de obra barata, la deuda externa, el sostenimiento de unas guerras fratricidas con el suministro de armas…

¿Con qué se encuentran la mayoría de ellos después de tantas penalidades de viaje, etc.? Con un trabajo excedente al que no quieren acceder muchos trabajadores del lugar. Con unas condiciones económicas, legales, sociales, culturales… que muchas veces responden más a la esclavitud y explotación que al respeto a la dignidad humana.

Desde una iluminación cristiana leemos: «Amad al extranjero porque también vosotros fuisteis extranjeros en Egipto» (Deut 10, 19); «Era extranjero y me acogisteis, porque lo que hacéis a uno de estos mis humildes a Mí me lo hacéis» (Mt 25, 34); «Ya no hay judío ni griego, porque todos sois uno en Cristo» (Gál 3, 28); «El desplazamiento masivo por razones económicas plantea la urgencia de reequilibrar la distribución de la riqueza en el mundo y la necesidad de desarrollar la capacidad productiva de los países pobres» (Juan Pablo II); «El hombre tiene derecho a salir de su país de origen por diversos motivos -y al derecho a retornar- y buscar mejores condiciones de vida en otro país. Pero esta experiencia no puede ser positiva más que si el inmigrante goza de una integración que le aporte dignas condiciones de vida, respetando a la vez su personalidad» (Juan Pablo II).

¿Qué reflexión y compromiso provoca en nosotros esta situación?


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