Eucaristía, Dios en la fracción del pan

La eucaristía es uno de los elementos centrales de la doctrina católica. A través de ella, el pan y el vino, al ser consagrados, se transforman en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, quien se quedó con nosotros para alimentar nuestras almas.

“Tomad y comed, este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Del mismo modo, tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.

 

Más que un sacramento

Este pasaje de la vida de Jesús es conocido como la última cena y se repite en tres de los evangelios y en la carta a los corintios. “Haced esto en conmemoración mía” es la frase que marca el inicio de la eucaristía y la consagración del pan y del vino como sacramentos de la fe católica.

“Lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino le sangre de Cristo”, expresaba San Cirilo en el siglo IV.

Cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo están presentes en el pan y el vino consagrados durante la eucaristía. De ahí la importancia de la comunión, de acercarse al altar y recibir a Jesús en toda su esencia.

Oración al Santísimo Sacramento del Altar

Te doy gracias Señor

Padre Santo,

Dios Todopoderoso y eterno

porque aunque soy un siervo pecador

y sin mérito alguno,

has querido alimentarme

misericordiosamente

con el cuerpo y la sangre

de tu hijo, Nuestro Señor

Jesucristo.

 

Que esta sagrada comunión

no vaya a ser para mí

ocasión de castigo

sino causa de

perdón y salvación.

 

Que sea para mí armadura de fe,
escudo de buena voluntad;

que me libre de todos mis vicios

y me ayude a superar

mis pasiones desordenadas;

que aumente mi caridad

y mi paciencia

mi obediencia y humildad,

y mi capacidad para hacer el bien.

 

Que sea defensa inexpugnable

contra todos mis enemigos,

visibles e invisibles;

y guía de todos

mis impulsos y deseos.

 

Que me una más íntimamente a ti,

único y verdadero Dios

y me conduzca con seguridad

al banquete del cielo,

donde Tú, con tu Hijo

y el Espíritu Santo,

eres luz verdadera,

satisfacción cumplida

gozo perdurable

y felicidad perfecta.

 

Por Cristo, Nuestro Señor. Amén


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