San Silas fue uno de los santos más destacadas de los inicios de la cristiandad. Nadie sabe exactamente su fecha de nacimiento, aunque las Sagradas Escrituras ponen su día de alumbramiento en algún punto del primer siglo de nuestra era. Es decir, no mucho después de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.
San Silas fue primeramente nombrado en San Lucas, poco después del Concilio de Jerusalén. La historia lo recordaría como uno de los principales difusores de la Palabra en tierras griegas. Esta tarea la haría, por supuesto, siempre en compañía de San Pablo. Las Sagradas Escrituras suelen colocar a San Silas con diferentes nombres. En algunas partes, se lo menciona como Silvano, quizá como una manera de latinizar su nombre. Otras partes, en cambio, lo nombras solamente como Sila. Su nombre suele ser traducido como: “Pequeño Lobo”.
En su viaje a través de Grecia, el par pasa por diferentes aventuras y desventuras. Pasan por importantes territorios griegos, como lo fueron Corintio, Listra, Frigia, Galacia, Filipos, Tesalónica, entre muchos otros. San Silas y Pablo tuvieron durante este viaje el deber de evangelizar a los pueblos y llevar, allí donde fuesen, las declaraciones hechas durante el Concilio de Jerusalén. La razón por la que San Silas acompañaba a Pablo era, según las Escrituras, debido a la necesidad de alguien que sirviese de testigo de la veracidad de los hechos, y de evitar posibles malversaciones. Esto último surge debido a ciertas disyuntivas que surgieron con San Pablo en su trayecto ya recorrido.
San Silas y San Pablo hacen varios milagros en su trayecto. Cuenta la historia que, pasando por una de las antedichas ciudades griegas, sanaron a una esclava griega que se hallaba posesa. Esto ocasionó la ira de los amos, quienes se lucraban de sus visiones de posesa.
Nadie sabe exactamente cuando murió, pero se estima que fue en el mismo siglo que lo vio nacer.
