San Narciso de Jerusalén es el santo que conmemoramos hoy 29 de octubre. Es conocido por su fuerza de espíritu y fe ante la envidia de otros. Probablemente nació en una familia no judía que había llegado a asentarse en Palestina a finales del siglo I y se deduce que sus catequistas fueron aquellos que el mismo Salvador había formado o los que escucharon a los Apóstoles.
Cuando tenía por lo menos 80 años de edad, San Narciso llegó al puesto de Obispo de Jerusalén, pero su espíritu permanecía joven. En el año de 195 asiste y preside el concilio de Cesárea para unificar con roma las fechas de celebración de la Pascua con toda la cristiandad.
Llegó el momento de que tres de sus clérigos, por envidia, inventaron falsos testimonios para perjudicarlo de algún modo; ante lo cual, San Narciso en vez de defenderse, se retiró al desierto en secreto, en donde permanece por 8 años sin decirle a nadie.
Finalmente, los malos cristianos terminaron por confesar su mentira, por lo cual fueron castigados: uno se dejaría quemar, otro morir de hambre y el tercero se le habrían de quitar los ojos, este último sería el único sobreviviente por su autocastigo, pero quedaría ciego.
Es a la edad de 110 años cuando San Narciso de Jerusalén decide retirarse de su cargo por sentirse muy anciano, encomendándoselo a su coadjutor, San Alejandro. A pesar de esto, San Narciso vivió una larga vida, hasta sus 116 años.
A San Narciso de Jerusalén se le atribuye el milagro de haber o transformar vasijas de agua en unas de aceite durante una de las celebraciones de la Pascua, para que los asistentes en esa noche lograran encender sus lámparas. Por esto en los retratos, se le representa con una jarra a sus pies.
San Narciso de Jerusalén nos deja la enseñanza del valor de la fuerza de espíritu para ignorar las calumnias.
