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Evangelio del día 17-09-2018, el Evangelio de hoy

EVANGELIO DEL LUNES, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2018:

Conoce el evangelio del día, evangelio de hoy 17 de Septiembre del 2018: Primera lectura, el salmo y el evangelio o palabra de Dios.

PRIMERA LECTURA

LECTURA DEL LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 11, 17-26; 33

Y ya que les hago esta advertencia, no puedo felicitarlos por sus reuniones, que en lugar de beneficiarlos, los perjudican.

Ante todo, porque he oído decir que cuando celebran sus asambleas, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo.

Sin embargo, es preciso que se formen partidos entre ustedes, para se pongan de manifiesto los que tienen verdadera virtud.

Cuando se reúnen, lo que menos hacen es comer la Cena del Señor, porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se pone ebrio.

¿Acaso no tienen sus casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Los voy a alabar? En esto, no puedo alabarlos.

Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».

De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía».

Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.

Así, hermanos, cuando se reúnan para participar de la Cena, espérense unos a otros.

SALMO

SALMO 39

Del maestro de coro. De Iedutún. Salmo de David.

Yo pensé: «Voy a vigilar mi proceder

para no excederme con la lengua;

le pondré una mordaza a mi boca,

mientras tenga delante al malvado».

Entonces me encerré en el silencio,

callé, pero no me fue bien:

el dolor se me hacía insoportable;

el corazón me ardía en el pecho,

y a fuerza de pensar, el fuego se inflamaba,

¡hasta que al fin tuve que hablar!

Señor, dame a conocer mi fin

y cuál es la medida de mis días

para que comprenda lo frágil que soy:

no me diste más que un palmo de vida,

y mi existencia es como nada ante ti.

Ahí está el hombre: es tan sólo un soplo,

pasa lo mismo que una sombra;

s e inquieta por cosas fugaces

y atesora sin saber para quién.

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?

Mi esperanza está puesta sólo en ti:

líbrame de todas mis maldades,

y no me expongas a la burla de los necios.

Yo me callo, no me atrevo a abrir la boca,

porque eres tú quien hizo todo esto.

Aparta de mí tus golpes:

¡me consumo bajo el peso de tu mano!

Tú corriges a los hombres,

castigando sus culpas;

carcomes como la polilla sus tesoros:

un soplo, nada más, es todo hombre.

Escucha, Señor, mi oración;

presta oído a mi clamor;

no seas insensible a mi llanto,

porque soy un huésped en tu casa,

un peregrino, lo mismo que mis padres.

No me mires con enojo,

para que pueda alegrarme,

antes que me vaya y ya no exista más.

Explicación del salmo 39

EVANGELIO DEL DÍA

SAN LUCAS 7, 1-10

Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaúm.

Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.

Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.

Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «¡Tienes que hacer esto!», él lo hace».

Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguí, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».

Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.


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